El arte de no hacer nada

En tiempos en los que nos llenamos de actividades, la mente tampoco descansa. Por ende, debemos entrenarnos para calmarla. Trabajos científicos demostraron cómo ciertas prácticas de meditación mejoran nuestra salud además de relajarnos.


Por Celina Abud
“Pienso, luego existo”, dijo Descartes. ¿Pero qué pasa cuando nuestros pensamientos o emociones parecen tomar posesión de nosotros mismos al punto de dejarnos exhaustos? Convivir con ese agotamiento resulta difícil en tiempos de agendas abultadas, más si consideramos que los asuntos pendientes hacen que nos preguntemos sin descanso si podremos llegar con todo. Cuando nuestro cerebro dice basta, rememoramos la niñez, época en la que no cargábamos con tantas responsabilidades. Así vivimos sin estar nunca en el presente: nos entristecemos por lo que ya no está y nos preocupamos por lo que vendrá. La buena noticia es que hay esperanzas, pero “el arte de no hacer nada” también debe entrenarse. Para eso existe la meditación que, con sus múltiples corrientes, nos propone algo tan sencillo como respirar cada vez que necesitemos un respiro.

Entre las opciones más buscadas está el mindfulness, que fue creado en Occidente pero con raíces del budismo y trabaja con la atención plena. Se aprende mediante el programa MBSR, que fue creado por Jon Kabat-Zinn en la Universidad de Massachusetts, EE.UU., y consta de un encuentro semanal durante ocho semanas a modo de práctica formal. Aunque también se busca que la persona cree su propio espacio de práctica individual que puede ser diario o día por medio. Y para los más entusiastas, también están los retiros.

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Uno de sus referentes en el país es Martín Reynoso, quien coordina el área de esta práctica en INECO, es director del programa de mindfulness en la Universidad Favaloro y es autor del libro Mindfulness, la meditación científica. En sus palabras, el objetivo de este entrenamiento “es poder estar atentos y llevar la atención, la conexión, la actitud empática y compasiva a lo que sucede frente a nosotros en cualquier situación, ya sea un medio de transporte, en la calle o durante una conversación”.

Reynoso recordó que el mindfulness impacta de forma beneficiosa en algunas funciones cognitivas, como la regulación de la atención (al traer la mente cuando se está distraído) y de las emociones (al tener más conciencia de ellas). También mejora el manejo del estrés y la comunicación vincular. Pero uno de sus principales atractivos es que ayuda a disminuir la rumiación mental (esa voz interna que nunca frena), además de la ansiedad y ciertos síntomas depresivos asociados a enfermedades crónicas. Por otra parte, es recomendado para el manejo del dolor en pacientes con fibromialgia.

El reconocido investigador Fernando Pitossi es otro de los científicos que necesitó entrenar la calma. Tras capacitarse con el referente chileno Claudio Naranjo –quien también es psiquiatra – fue habilitado para ser instructor de meditación de budismo tibetano de la corriente del Vajrayana, que data de 2.500 años atrás y tiene seis direcciones posibles: el no hacer nada; la atención o ver la realidad tal cual es (vipassana); el desapego; el amor o compasión; la entrega y la conciencia en lo divino.

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¿Pero qué buscan los que se acercan a meditar? Si bien Pitossi aclaró que las motivaciones son variadas, “muchas personas quieren calmar la mente porque se sienten muy atrapadas o controladas por los pensamientos o las emociones”. Los concurrentes a los entrenamientos dictados por científicos son también movidos por la curiosidad, para ver si pueden vivenciar en primera persona las evidencias que relatan los papers en una tercera persona objetiva.

Es que en la actualidad existen más de 4.500 trabajos publicados en revistas especializadas que reportan los beneficios de la meditación, entre ellos la influencia en los pensamientos y la atención, el comportamiento frente a situaciones estresantes, la autoimagen, la depresión, y otros aspectos asociados a la salud como el asma, la hipertensión arterial y la inmunidad.

“Aunque las evidencias muestran que a más tiempo se medita mayores son los beneficios, muchos dejan de venir cuando comienzan a sentirse mejor. La recomendación es no dejarla nunca, porque la práctica de poner la mente en movimiento a través de pensamientos no solamente es diaria sino que también es intensa”, comentó.

Sus efectos son perceptibles en la vida diaria. ¿Pero cuánto tiempo necesitamos entrenar para calmar, al fin, nuestra mente? De acuerdo con Pitossi, al no tratarse de medicina, la meditación no tiene una prescripción estandarizada, pero se recomienda una práctica individual diaria posible, aunque sea de cinco o diez minutos, más una grupal una vez por semana, ya que meditar en conjunto profundiza los efectos y favorece la continuidad. También están las opciones de retiros.

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Consejos para elegir dónde meditar
Las corrientes en materia de meditación son múltiples y en Argentina se puede practicar tanto el mindfulness como el budismo tibetano, el hinduista y el zen. ¿Pero cuál es la ideal? Depende de cada persona y de lo que busque, todo lo demás es ensayo y error.

Para los que prefieren prácticas con evidencia científica documentada, Pitossi propone tener un primer acercamiento con la lectura de papers y de esa forma tomar una decisión informada. Pero también se pueden tomar decisiones más informales a través de la recomendación de alguien de confianza o bien de lecturas de artículos periodísticos. “En todos los casos se pone la confianza o la creencia en la ciencia, en el medio de comunicación o en la persona que recomienda”.

Pero para los que buscan prácticas con evidencia científica, lo primero que se debe chequear es que lo que se postula tenga una hipótesis comprobable. “No podemos decir que una terapia de vidas pasadas esté ligada a la ciencia, porque es imposible que pueda ser comprobada científicamente. Pero también está la pseudociencia, en la que se emplea la ciencia para decir que algo está comprobado y en verdad no lo está, algo que debemos confirmar”, concluyó.