Pedagogía del reaprendizaje

Volver a empezar: el método es des-programar. Es desordenar el mazo que muy prolijamente nos entregaron para honrar el linaje: ser buenos hijos/hijas, estudiantes obedientes, castas doncellas, hermanos sacrificados, valerosos caballeros, sostenes de hogar, amorosas madres, triunfadores profesionales, esposas sumisas, hombres que no lloran, viejitas calladas…

Nos alimentaron con historias y seguimos creyendo que ser y hacer lo que somos y hacemos “es lo que toca”. Sentimos miedo —pero seguimos adelante— ante el peligro de atravesar el bosque cuando nos cargan una cesta de tortas para la abuelita, o nos esforzamos por mantenernos siempre jóvenes y hermosas (para que el espejito nos diga lo que queremos oír, lo que ellos quieren ver…).

A veces, todavía no podemos creer que la espada vengadora de Robin Hood no funcione, nos autoculpamos cuando suponemos que algo malo habremos hecho para que nos abandonen en medio de la oscuridad como a Hansel y Gretel, decidimos permanecer dormidas por cien años a la espera de que algo suceda… o andamos cabizbajos por sentirnos incomprendidos patitos de corral.

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Ya no más cuentitos. Desordenar las páginas —orales y escritas— con las que nos nutrieron, ver el revés de la trama y leer en el inconsciente, al otro lado del espejo; elegir quién queremos ser, descubrir nuestro costado menos deseado y soltarlo.
¿Cómo? Reconociendo, primero, qué personaje me vendieron y acepté comprar sin leer la letra chica del contrato. Ver si ese disfraz me resulta adecuado o ya caducó o ya no me divierte o ya no me identifica… O nunca lo sentí propio.

Desprogramar y renacer. Animarnos a ser cisnes cuando nos creímos patos y, encima, feos. Reprogramar, porque con el poeta de Dublin lo sabemos, “aprender no es llenar el cubo, sino encender el fuego”.

¿Y si en lugar de “llenar el cubo”, vaciamos la papelera? Me gusta la expresión “vaciar la papelera”: desechar viejos moldes, advertir en qué imagen quedamos fascinados, frenados, congeladas, anestesiadas.
Hay veces en las que descreer de las creencias nos recrea, nos afirma. Discutir lo que afirmábamos nos reorienta. Sospechar de las verdades familiares nos amplía el criterio de “realidad”. Destapar el arcón —donde atesoramos seguridades pequeñitas y miedos grandes— nos da fuerzas para rebelarnos, para afrontar condicionamientos, para explorar nuevas pasiones y para emancipar la conciencia domesticada… Y encender el fuego.

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Algo así como una pedagogía del reaprendizaje. Eso significa revolver con un gran cucharón en los “archivos de la memoria”, sin temores, con lucidez, a conciencia; desmontar los mitos familiares que “nos compramos” y hallar la verdad: analizarla a la luz diurna para luego someterla a los efectos del sueño.
Desprogramar es aprender a vivir mejor. Eso no significa ser otra persona ni hacernos millonarios en una hora o viajar a la Luna. Vivir mejor es vivir con conciencia, estar en consonancia con quien somos realmente, aprender a resonar con nuestro ritmo natural y no con el “patrón” que nos dijeron que debíamos cumplir para ser aceptados en ese árbol ancestral del que somos parte.

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Cuando vemos en toda su amplitud nuestro árbol genealógico, es como comprender un sueño que regresa desde sus raíces para darnos un mensaje: tomar esa decisión postergada, advertir un peligro, sospechar sobre un estado de salud, escuchar la voz onírica, creer en el centro del corazón, animarse a dar un paso fundamental…
¡Y cambiar de personaje!

Por Diana Paris, Licenciada en Letras, editora, docente y psicoanalista. Especialista en psicología transgeneracional. Autora de ‘Mandatos familiares ¿qué personaje te compraste?’ Editorial del Nuevo Extremo