Antiimperialistas a la carta(*)

Mejor que hacer, es decir

El antiimperialismo retórico, además de la nadería en la que acostumbra beber, tiene otra faceta igualmente interesante: muchos antiimperialistas son de patear poco.

Propio del que chamuya mucho, se dirá. Cierto. Es ley de vida que, cuando no se gastan suelas, no hay hervor de libros que ablande la mollera. Solo la lengua logra soltarse. Y a veces ni eso, en especial cuando se prefiere no zarpar hacia la realidad que realmente es, para permanecer tranquilamente amarrado tras la escollera de citas.

Casta aduanera especial

Esta clase de antiimperialismo comienza y termina en las razones emocionales que proveen, entre otros importadores, las universidades dedicadas a construcciones sociales de territorio, las sectas de empresarios nacionales especializados en socializar costos, jurados de revistas donde la ciencia es reemplazada por la ideología del consenso, demócratas de discurso único y adhesión obligatoria, la tele, los múltiples gestores de remansos rentados del Estado Argentino, y una serie de etcéteras lo suficientemente numerosa como para que, gente como quien suscribe, ignore si no debe ser también incluida en el antiimperialismo de ramos generales.

La insoportable levedad de ser nadie

Hablando en criollo, este tipo de gladiadores no le significa demasiado a la cajera del almacén de la otra cuadra, a la empleada bancaria de la esquina o al ferretero de acá a la vuelta. O a quien anda yirando con su cortadora de césped sobre la espalda (cosa común de ver en Ushuaia), a la búsqueda de un dueño de casa que le pague dos mangos por emparejar el jardín.

La mano invisible del Estado

Dos mangos, dicho sea de paso (ya que hablamos de remansos estatales), porque nuestro cuentapropista jardinero, pateador nato de calles sin más horizonte que volver a casa con algo para yantar, suele tener que competir con asalariados públicos que, como suplemento de su empleo, no tienen más ambición que hacerlo justamente por dos mangos, sea en sus ratos libres o sus vacaciones. O en sus días de “estatuto”, o en el tiempo de pandemia en que su oficina no atiende al público. O, al fin de cuentas, cuando se le canta. Y así, los dos mangos que para algunos significa la única posibilidad de compartir, en la mesa familiar, la chupada de un caracú vacío, para otros es un suplemento dietario. Una cuota del auto; del plan de vivienda oficial otorgado a tal o cual gremio; del terreno adjudicado a la tribu de mejor capacidad de apriete,  etc.

¿Cómo puede afirmarse, impunemente, que al Estado no le interesa bajar los costos a través de la competencia? Y eso que hablamos solo de cortar el pastito. No nos metemos con otras tareas, ni oficios, ni “emprendimientos productivos”. Mucho menos con las profesiones colegiadas, por las cuales jurídica y solemnemente declamamos, ab initio, todos y cada uno de los mayores respetos. 

Hasta el infinito, y más allá

Intuyendo que el Big Bang, tal vez, haya tenido su inicio en una cita o una resolución ministerial (entre otras diversidades autorizadas), el anticolonialista verbal se mantiene firme en su universo que se expande en tesis, maestrías en generalidades, normativas para giles, verdades que son o no según la coacción en que se sustentan, subsidios para caricaturas de empresarios, etc.

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Cuando no se adelanta, en auto, a cortarle los yuyos al que vive de cortarlos, que está obligado a patear cuadras con el sobrepeso de su cortadora y bidón de nafta a cuestas. Todo suma.

Titanes en el paper

No se ponga a disputar conmigo, pues sabe que soy bachiller por Salamanca, que no hay más que bachillear”, dice el bachiller Carrasco en el Quijote. Incitación al realismo, con el estilo de tomadura de pelo propio de Cervantes.

Sumario

Pero, ¿a qué viene todo este introito? El dicente, masculino (haremos memoria en términos policiales), testimonia que lo inició con la idea de alacranear algo. O a alguien. Y amparándose en su falta de oficio para las letras, por carecer de licenciatura, dice no recordar qué. O a quién. Manifiesta que estaba por el lado de la cartografía y los mares del Sur. Finalmente, confiesa recordar que se trata del libro que tiene a la vista.

La Tía Margaret y el Escribidor

Se trata de un tal Alistair McAlpine, finado lord británico, que chapeaba con haber estado al servicio de Margaret Thatcher. Tarea de noble, en la que adquirió la experiencia y saberes necesarios para escribir un ensayo, que publicó como parte de “El líder cruel”, junto a los trabajos de otros dos autores, Maquiavelo y Sun Tzu. El subtítulo, por cierto humilde, “Tres clásicos de la estrategia y el poder”.

Quien suscribe debe admitir que no conoce mucho de lores. Y de este en particular, menos que menos. Pero agradece haber tenido el placer de conocerlo en una mesa de saldos. Podemos afirmar que hubo una vez un inglés que, en vez de escribir un libro de viajes, o de Shackleton, redactó “un clásico de la estrategia y el poder”. Se recomienda, con explícito fervor, comprar “El líder cruel” (Editorial Distal) a los amantes del mal gusto y las segundas marcas. Por el mismo precio trae a dos desconocidos, Maquiavelo y Sun Tzu. Y en el medio, a un lord sin problema alguno de baja autoestima.

Botonazo

“A la ilustrísima baronesa Thatcher de Kesteven, primer Ministro de Gran Bretaña 1979-1990, de uno de sus muchos sirvientes, quien piensa que podría haber sido mejor servida”.

De este modo empieza “El Sirviente”, ensayo que da lustre al Príncipe de Maquiavelo y El Arte de la Guerra de Sun Tzu, obras ambas que andaban necesitando del aporte de nuestro lord. Con semejante dedicatoria, no quedan demasiadas dudas acerca de los equipos que formaba la Thatcher. En la Argentina no quedaría necesariamente bien admitir algo así, que ni al más olfa de los olfas le gusta reconocer que lo es. Pero dejemos el detalle a un lado. Falta decir que el libro pertenece a una colección de “management”. Es decir, autoayuda para gerentes financieros y de responsabilidad social empresarial. No del área producción, desarrollo o comercialización, desde ya.

Guarango

Otra cosa: no figura el nombre del traductor. Tal vez por los riesgos. Y se entiende. La frase referida a la baronesa, después de la última coma de la dedicatoria, es para una patrulla del INADI.

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Seguramente se trate de un desubicado que, con toda intención, tradujo de ese modo las palabras del lord, para meter por su cuenta el bocadillo de que aquello hubiera sido lo mejor para el mundo. Algo así como lamentar que Ronald Reagan no haya pasado de actor de segunda. Hubiese jugado de galán maduro, en vez de presidente de EEUU. Son de temer los traductores. 

Conste que desaprobamos, enérgicamente, los términos empleados en la dedicatoria de “El Sirviente”, por el colega británico de Maquiavelo y Sun Tzu. Ante un eventual enjuiciamiento por el Tribunal de la Inquisición, toda expresión punible es exclusiva responsabilidad del servicial lord y su traductor.

No muerden

Los libros de management y autoayuda son recomendables. Debieran ser de lectura obligatoria en las universidades, especialmente en las carreras humanísticas. Lo mismo que ver programas de espectáculos, en lugar de esos detestables ciclos de cine debate y documentales, donde a la par de fomentar el lamento por males ajenos, se evita esbozar remedios para sus soluciones concretas. “Los que olvidan el son de sus cadenas / para limar las de los otros antes / caen, bajo el peso de sus obras buenas / sucios, enfermos, trágicos, sobrantes”, decía Almafuerte.

Nazi, pero en el buen sentido de la palabra

El libro de mentas tiene algunas frases que son realmente para considerar. Se transcriben algunas de ellas: “la verdad es lo que la gente cree”. “Es importante entender que un hecho aceptado es más poderoso que la verdad”. “Aunque puede estar lejos de la verdad, el hecho, una vez establecido, será generalmente aceptado por todos”.

No se trata, se aclara para los mal pensados, de Goebbels, el ministro de propaganda del Führer. El mismo que reiteraba que “una mentira repetida mil veces, termina convirtiéndose en la mayor de las verdades”.

No. Estamos hablando de un estrecho colaborador de la Thatcher. Un lord que expone, con toda crudeza, la política inglesa de cooptar cabezas a través de la fabricación y reiteración de un relato. Hasta su decantación como verdad.

Lavarse las manos

El relato es todo. Detrás de él hay una política de Estado, intereses nacionales, y una deliberada voluntad imperialista por doblegar conciencias mediante la construcción de verdades.

“¿Qué es la verdad?”, preguntó Poncio Pilatos. Pues para los ingleses, la verdad es lo que describe un destacado político conservador británico, funcionario de la Thatcher. Menos mal que nos zafaron de la manipulación de conciencias que ejercía el Imperio del Mal a través de su KGB, propaganda y gulags. Muy agradecidos. La próxima, no se preocupen tanto. Al menos por nosotros.

Patas para arriba

No le busquemos vueltas al asunto. Quien desee comprender el contexto de nuestro conflicto con Gran Bretaña por Malvinas e islas del Atlántico Sur, lo mismo que el marco que condiciona nuestras perspectivas en la Antártida, debe necesariamente estudiar cuál es la cabeza que está del otro lado. La reiteración de consignas para consumo interno no es generador de soberanía efectiva.

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El mapa “bicontinental” del Instituto Geográfico Nacional, por ejemplo, es un síntoma de que estamos regalados. Sale del horno de la mano de una ley nacional, intervienen ministerios y funcionarios diversos, y hasta una versión se elabora ex profeso con el Polo Sur hacia arriba. Pero a la hora de titular el espacio marítimo que separa al continente americano de la Antártida, le pone Pasaje Drake. A secas, sin mencionar, aunque más no fuera en bastardilla y entre paréntesis, el otro nombre de aquella geografía acuática del planeta, Mar de Hoces. ¿Adherimos a la fantasía inglesa de que Drake fue el primero en navegar estas latitudes? ¿No logramos entender que detrás de la toponimia actúan el relato y los intereses en pugna?

Jugar para ganar

No involucrarse con rigor en el relato y sus consecuencias prácticas, es amarrarse a las entelequias cartográficas que no pasan de lo académico y lo político. Y que merced a la presunción y liviandad de análisis con que suelen estar caracterizados esos ámbitos en la Argentina, sirven a lo sumo para “visualizar”, “revalorizar”, “concientizar” o los términos que se desee utilizar (o crear) con fines justificativos para el adoctrinamiento, que es en rigor lo que se ejerce.

Pero el relato que se usa para llamar a las cosas por su nombre, es el británico. Es como ir  tras un mundo de sensaciones, pero ausente de materialidades. Para bien o para mal, somos hispanoamericanos. Tenemos historia, también. Y por eso estamos aquí, en el Sur, pisando la misma tierra que fuera objeto de la ambición anglosajona y holandesa, pero hablando español.

Decía Montesquieu que “es mil veces más fácil hacer el bien, que hacerlo bien”. Muy lindo concientizar. También lo sería indagar en profundidad, para no ser tan inocentemente susceptibles a la fábula imperialista y su toponimia.

Fondo proa

Vamos a destrincar el ancla, cosa de quedarnos al reparo del sopor y los muchos cambios de rumbo que llevamos. Aunque sin perder de vista hacia donde vamos. Es la magia de navegar, que alguna vez fue ciencia y arte. Y que por muy bueno que sea el GPS, también lo es tener la edad que nos haya exigido ser diestros con el sextante, o identificar y tomar marcaciones a montañas tras el horizonte, adivinar rocas bajo cachiyuyos, o aprender a superar la incertidumbre en la posición. Todo ello, al fin de cuentas, son experiencias que contribuyen a complementar las búsquedas bibliográficas, comprendiendo desde otra óptica a los grandes exploradores, sus cartografías. Y los intereses que operaban tras ellos.

Como que contar con una que otra mojadura, o tener algún mareo en el currículum, con sudores fríos y calientes alternándose entre frente y estómago en el vaivén del cabeceo, sirven también para sospechar bolazos. Mal que le pese a nuestro lord thatcherista y su panfletario concepto británico de la verdad. O a quienes concientizan mucho, pero finalmente siguen sin inmunizarse frente al virus del camelo imperial.

(*) Sergio Osiroff

Ingeniero pesquero – Docente de la UTN Facultad Regional TdF – Marino Mercante