La denominación “síndrome de burnout”, aceptada por la comunidad científica, deviene de la palabra burnout, que significa “estar quemado”, desgastado, exhausto.
Este cuadro se define como una respuesta de estrés crónico que abarca tres dimensiones: cansancio emocional, despersonalización y baja autoestima.
El cansancio emocional se caracteriza por la pérdida progresiva de energía, el desgaste, el agotamiento y la fatiga. El afectado siente que está sobrepasado y que ya no puede dar más de sí mismo a los demás.
La despersonalización se manifiesta como irritabilidad, desmotivación y actitudes negativas.
Mientras que la baja autoestima se refleja en la pérdida de sentimiento de competencia y de realización exitosa del trabajo.
Desde el origen del concepto se reportaron más de cien síntomas asociados al síndrome de burnout. Sin embargo, los más frecuentes se expresan en los siguientes niveles.
En primer lugar, el nivel somático abarca la sensación de cansancio físico, frecuentes dolores de cabeza, espalda, cuello y musculares, insomnio, hipertensión y alteraciones gastrointestinales.
Dentro del nivel de la conducta se ubican la agresión, la dificultad para tratar con las personas, problemas de comunicación, aislamiento social, falta de concentración y ausentismo.
Por otra parte, está el nivel emocional, con sentimientos de rabia y odio, dificultad para controlar los estados, la ansiedad y los episodios depresivos.
Estos síntomas se reflejan en el trabajo en forma de aburrimiento, falta de interés en los proyectos, caída de la calidad y disminución de la productividad.
En ocasiones aparece predisposición al abuso de sustancias como el café, el tabaco, el alcohol, las drogas y por otro lado, los trastornos de la alimentación, como la anorexia o la bulimia.
En la actualidad para combatir el burnout se desarrollan procesos de intervención interdisciplinaria con médicos o
psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales. Los profesionales interactúan para lograr ajustes a nivel individual, grupal (apoyo entre compañeros de trabajo) y de organización laboral.
En cuanto al tratamiento individual es necesario desarrollar una labor educativa con el fin de modificar actitudes y
habilidades en el trabajador que le permitan mejorar su capacidad para enfrentar las demandas de su empleo.
En este sentido se enfatiza la importancia de realizar actividades externas fuera del área laborar, para cultivar relaciones personales, familiares y sociales.
Por otro lado se refuerza el autocontrol frente a la presión en el trabajo, para que la persona aprenda a poner límites a la sobrecarga de tareas a través de la organización del tiempo, se tome días de descanso o vacaciones tras un esfuerzo prolongado y consulte al profesional idóneo cuando comience a percibir los síntomas de fatiga.
Como estrategias a nivel laboral se destaca la importancia de variar y flexibilizar las tareas, conformar equipos donde el
personal participe en los procesos de organización y a su vez tenga un adecuado reconocimiento por la labor que desempeña.
Recomendaciones para prevenir el burnout
• Cuidarse a uno mismo
• Disponer de tiempo libre y desarrollar intereses.
• Establecer límites y saber decir “no”
• Reconocer las limitaciones propias
• Aprender a tomarse el tiempo que consideremos necesario para cada actividad
• No perder los ideales