Para muchas personas de la psicopedagogía la atención en el consultorio, sea individual o grupal. Es un modo de resistir a ciertos fenómenos de la actividad. Como el de los mecanismos compulsivos de etiquetamiento, el de la patologización y medicalización de las infancias, solo por mencionar algunos.
Cuando se manifiesta una dificultad en los aprendizajes, generalmente destacado en los escolares y se recurre a la psicopedagogía, se nos exige diagnosticar y resolver rápida y mecánicamente, sin dejar lugar y tiempo al descubrimiento del sujeto que aprende, al descubrimiento de su singular modo de aprehender los objetos y habitar del mundo. Velocidad eso se nos pide. Que rápidamente podamos resolver a través de tres simples pasos, una serie de tips o al modo del “Take away” es así como muchas veces llegan a la consulta familias desconcertadas, por la gran cantidad de derivaciones a especialidades médicas y terapéutica que se les exige concurrir.
Si con suerte se llega a un diagnóstico, le continúan las indicaciones cual interminables prescripciones que muestran el modo de cómo debería ser la vida cotidiana de esos niños, niñas y adolescentes dentro del aula y en otros ámbitos, les proponen rutinas exhaustivas y se le demanda a la familia constituirse en seudo terapeutas-estimuladores: con agendas completas de actividades donde hasta lo más básico y cotidiano como es un desayuno, un almuerzo, los tiempos de higiene, de realización de tareas escolares, de descanso y de recreación, son forzados a entrar en un encuadre con tiempo bien definidos, dispuestos a una estructura rígida y por supuesto medible, lo que para muchas familias se hace difícil sostener. Es así como en repetidas ocasiones los recibimos en el consultorio, agotados y desesperados.
Ante este panorama, algunas psicopé nos preguntamos: ¿cuáles son los tiempos de las infancias? ¿Quiénes adecuados para ese niño o niña, en ese contexto y en ese particular momento, a través del cual se pueda viabilizar un proceso respetuoso y saludable de aprendizaje.
El contexto indefectiblemente debe ser interpretado, ajustarse y flexibilizarse, atender a las cada vez más diversas formas de aprendizajes que habitan las aulas y las familias. Allí reside el desafío y la capacidad de los y las terapeutas, docentes y de la familia, de tolerar la espera y la frustración pues el aprendizaje no es lineal, no se lo puede reducir a un simple “estimulo respuestas” o dejar todo en manos de una pastilla milagrosa.
Es construcción, es abrir el espacio del consultorio para que todas las voces de esa familia que padece sean escuchadas. Porque un niño, niña o adolescentes no aprende, todo su entorno resuena.
El tratamiento no puede consistir en la soledad de un consultorio en el que priman dos sillas, un escritorio y una enorme batería de test que cercenan la voz del aprendiente. Incluye a otros, es con el sujeto que aprende, con sus referentes afectivos, con sus docentes y siempre desde una mirada interdisciplinaria; los diagnósticos y tratamientos psicopedagógicos en las infancias no deberían ser nunca determinantes y entendidos como verdades absolutas, por lo menos no desde esta particular artesanal manera de alojar al aprendiente y sus afectos. Y si por si acaso nos encontramos con eso, por suerte para todos, existe siempre una segunda opinión.
por Roxana Montenegro
psicopedagoga MP: PG 3834