La tranquilidad también es una emoción – *Por Gonzalo Pereyra Saez

La tranquilidad, que podemos considerarla sinónimo de “calma”, “satisfacción”, “paz”, y “serenidad”, es una emoción positiva que no tiene una publicidad tan alta como la de la felicidad. Existe bastante literatura científica, y sobre todo de autoayuda, dedicada a buscar e incrementar la felicidad. Sin embargo, hablar de estar quietos y tranquilos, a veces pareciera peligroso.

En la actualidad tendemos a suponer que debemos estar siempre felices, lo cual implica estar jocosos, alegres, sonrientes y sociables, pero no pensamos de la misma forma con respecto a estar tranquilos, dado que se asocia a un estado del cuerpo en el que no se produce ni se hace nada. La falta de producción se suele equiparar a inutilidad, y por ende a la exclusión social y del mercado.

Además, dado que la alegría o la diversión se asocian al éxito, y vivimos en una cultura fundamentalmente exitista, cualquier tipo de emoción alternativa puede ser mal vista.
Es importante diferenciar la tranquilidad de la indiferencia o la apatía, en las cuales no habría lugar al sentir, es decir que se caracterizarían por la ausencia de emocionalidad. Por el contrario, cuando hablamos de tranquilidad, nos referimos a un estado de la mente y el cuerpo que incluye un marcado componente afectivo. Pese a ello, como estamos acostumbrados a las emociones intensas, la tranquilidad parece pasar inadvertida.

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Suele ser bastante habitual que al atravesar un momento de tranquilidad no seamos conscientes de ello, pero muchas veces ocurre lo mismo cuando transitamos otras emociones.

Y el reconocimiento de nuestras emociones es un factor sumamente importante en el proceso de la regulación emocional, porque es lo que nos permite detectarlo y ponerle nombre a eso que sentimos, y de esa forma logramos el primer paso para generar el control sobre nuestra dimensión afectiva.

Puede que cuando estemos tranquilos, por ejemplo, pensemos que nada importante nos está ocurriendo, como si necesitáramos de la intensidad emocional para sentirnos bien con nosotros mismos. Es probable que esto se deba a los condicionamientos sociales respecto a lo que debemos sentir, como si un mandato de la cultura dictaminara: “debes estar feliz, y expresarlo con tus gestos y comportamientos”. Y de esta manera puede resultar habitual que si no sonreímos tanto como lo socialmente estipulado, en seguida despertemos una alarma a nuestro alrededor que advertiremos cuando alguien nos pregunte:
“¿te ocurre algo malo?”.

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Por su parte, Hollywood nos tiene bastante acostumbrados a experimentar emociones fuertes, y pareciera que de alguna manera nos volvemos dependientes de ellas. Vivimos con gran pasión una cultura del cine (hoy quizás a la vista en mayor medida por Netflix), que nos enseña a sentir determinadas emociones, desde el amor romántico de Diario de una pasión hasta el terror generado por películas como El conjuro. Reímos, lloramos, nos asustamos, y hasta nos enojamos mientras nos encontramos sentados ante un televisor, en el cine, con
la tablet o incluso, mirando el teléfono celular.

Quizá sean varios los motivos por los cuales no conectamos de manera adecuada con la tranquilidad, desde los psicológicos propios, hasta los socio-culturales, y esa es la razón por la cual este libro nos invita a reencontrarnos nuevamente con la tranquilidad, intentando que no sea entendida exclusivamente como una forma de “no hacer”, sino como una emoción que nos posibilita incrementar recursos personales y mejorar la salud.

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*Por Gonzalo Pereyra Saez, autor de ‘En busca de la tranquilidad’