La envidia… ¡Qué torpeza tan estúpida!

No debe haber sentimiento más autodestructivo que la envidia. Sin embargo, es uno de los más frecuentes y comunes en la vida de las personas. También es el más frecuentemente negado, ya que es vergonzante y pone de manifiesto la amargura que pueden provocar, en algunos, los logros o la felicidad ajena. Por ese motivo surgió una nominación que intenta liberar de la mala fama a ese sentimiento: la “envidia sana”.

La envidia siempre es envidia. Claro que no es lo mismo quien, movido por este sentimiento, adopta una conducta destructiva en contra del exitoso, que el que solo se atormenta en su padecimiento. Pero es importante señalar que siempre es una emoción que daña las relaciones de las personas.

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Es posible que ante los resultados obtenidos por los otros, trate de minimizarlos o quitarles importancia. Para ello utiliza frecuentemente la descalificación, tanto de los logros como de la persona que los obtuvo.

“Me dijeron que donde te compraste la casa, se inunda con la primera lluvia”.

“¿Ya firmaste? Porque los que venden no parecen trigo limpio”.

Cuando embaten contra una persona exitosa, suelen hacerlo solapadamente:
“Seguro que la heredaron…”.

”Andá a saber de dónde sacaron la plata. Con lo que ganan no pueden ahorrar… te lo digo yo que los conozco”.

Es dolorosamente evidente que el envidioso no soporta el dolor que le producen los logros obtenidos por la o las otras personas. En un intento muy estúpido, pretende apagar el fuego de la envida con críticas o suposiciones que solo acentúan su dolor, ya que en su envidia reconoce y pone en evidencia las cualidades que anhela. Se cumple, entonces, uno de los principios de la estupidez, ya que el envidioso no solo daña a otros sin obtener beneficio para sí, sino que, por lo contrario, es quien más sufre.

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El envidioso es una persona insegura, con autoestima deficiente, egoísta y con grandes frustraciones personales. Todo ello, lo lleva por el camino equivocado de la envidia, en lugar de optar por compararse con el otro para detectar en qué áreas personales quiere y debe crecer. Tomar como oportunidad de aprendizaje lo que el otro le espeja, sería su verdadero triunfo.

Cuánto más feliz viviría quien lograra tener la humildad de reconocer los méritos de otra persona y preguntarle cómo obtuvo su éxito, para poder imitar el camino del esfuerzo.

Por Gloria Husmann autora de “La torpeza emocional”, Editorial del Nuevo Extremo